Por alguna extraña razón, no me siento nerviosa cuando me tumbo en la camilla y eso me sorprende. Intento encontrar algún atisbo de inquietud en mi cuerpo, sin éxito. Sólo encuentro un emocionante escalofrío de ilusión que recorre, de forma intermitente e inesperada, mi estómago.
El tipo de ilusión que sientes cuando vas a la peluquería a hacerte un cambio de look que sabes que va a quedarte bien. Lo cierto es que, en alguna ocasión ya había tenido algún contacto con la Medicina Estética: algún relleno de labios y ácido hialurónico para disimular las ojeras y, aunque en un principio el resultado me gustaba, los efectos se desvanecían a la misma velocidad que mis ganas de volver a hacerme los tratamientos. Pero, de alguna manera, intuía que esta vez sería distinto. Quizás fuera porque todos los comentarios que escuchaba sobre el trabajo de Marta eran excelentes. Lo único de lo que la gente se quejaba era de que, en ocasiones, había que esperar más de la cuenta en la sala de espera. Aunque a mí esperar tampoco me agradaba, me parecía un precio razonable a pagar si, después, los resultados eran tan formidables como podía leer en los comentarios de las redes de Medisans. Por otro lado, si la doctora tardaba, quizás sería porque se tomaba el tiempo necesario para cada paciente y, ahora que yo era uno de ellos, tumbada en la camilla de una aséptica y, a la vez, estilosa consulta que parecía el escenario de alguna serie de televisión americana, agradecía esa atención extra en forma de tiempo que iba a regalarme Marta que, justo en ese momento, le daba instrucciones a Bárbara, su auxiliar más antigua, sobre los materiales y productos que iba a necesitar.
Le hablaba en mallorquín y, en su voz, se percibía la complicidad que se había forjado entre ellas durante los más 20 años que llevaban trabajando juntas. “Qué bonito es tener este tipo de conexión con tus compañeros” Pensé para mis adentros, mientras ambas se movían a mi alrededor en una danza casi coreografiada y, probablemente, mil veces ensayada. Eso me dio seguridad. Las observé mientras se movían de aquí para allá, poniendo a punto todo. La compenetración era perfecta y, esa visión, reforzó mi sensación de seguridad y tranquilidad.
Me sorprendí a mi misma con una sensación de relajación casi desconocida en mi cuerpo que se mantuvo incluso, cuando Marta, se acercó con una jeringa.
– Prefiero que me pinches sin anestesia – le espeté de pronto, mientras la detenía con un gesto de
mi mano.
– ¿Sin anestesia?– Me miró sorprendida, con sus castaños y ligeramente rasgados ojos que me escrutaban, con curiosidad, desde detrás de unas originales gafas de ver tipo “cat-eye”, que le conferían un aspecto muy artístico.
–Sí, la última vez que me pusieron, me asusté tanto al verme, después, con la mitad de la boca paralizada, que pensé que me lo habían hecho mal y, hasta que se me fueron los efectos de la anestesia, pasé un gran apuro. Así que prefiero un ligero pinchazo –
– ¿Estás segura? Van a ser varios pinchazos y por toda la cara. Hay algunas zonas muy sensibles, como el labio superior. Te voy a dar volumen en los pómulos, lo que ayudará a disimular las ojeras, a levantar la mirada levantándote un poco la ceja, a darte amplitud en la frente con bótox, que además paralizará esas pequeñas arrugas de expresión que tienes… El mentón no te lo voy a tocar….– Ahora ya, hablaba más para sus adentros, organizando el mapa de infiltraciones en mi
rostro.
– ¿Bótox? No, no. Bótox no, que me da miedo.
– ¿Miedo? – una sonrisa, entre divertida e irónica, se le dibujo en el rostro, como si hubiera escuchado aquello cientos de veces y ya supiera qué le iba a decir.
– Sí, a ver si me va a cambiar la expresión y me voy a quedar cara de susto– la doctora estalló en una carcajada.
– Me hace tanta gracia… Todas decís lo mismo la primera vez y luego, todas, me pedís más. El bótox bien puesto no produce ese efecto. Además, pondremos muy poca cantidad y tardarás 5 días en ver los resultados, es progresivo. El único riesgo de la toxina botulínica, es que produce adicción. Creéme, te encantará.
–Vale, pero sin anestesia – No sabía porqué pero todo lo que decía aquella mujer me sonaba muy bien y confiaba en su criterio. Así que me dejé hacer – Y los labios, ¿eh?– le recordé- Un poquito, naturales.
– Sí, sí. Pero, a tus labios, más que darles volumen, les vamos a dar amplitud. A lo ancho, así igualamos volúmenes y evitamos ese efecto de “boca de pez” tan anti-estético.
Otra oleada de emoción e ilusión recorrió mi cuerpo. Marta se acercó a mí. Olía a Channel Nº 5. Cerré los ojos y, la doctora, empezó a pinchar, atendiendo a mi petición, de hacerlo sin anestesia.