Su voz me llega desde lejos mientras espero sentada en su despacho. Es una de esas voces, calmadas y sosegadas, pero autoritarias. Una de esas que hablan por sí mismas, que se quedan grabadas en la memoria, y que recuerdas con rapidez, con la misma agilidad con la que tu mente evoca los olores de las cosas que te dejan huella en la vida.
Está debatiendo sobre algo con su equipo. Por lo que mis oídos pueden atisbar, sobre el horizonte del diáfano pasillo que se extiende tras la puerta del despacho de Marta, ha habido algún problema con las agendas.
Por unos segundos, se sólo se escucha silencio y luego, unos pasos acelerados se acercan hacia donde me encuentro. Entra haciendo que el aire de la estancia se agite por un momento. Un post-it garabateado cae desde la mesa con un movimiento rápido y discreto. Nadie, salvo yo, repara en él, así que me agacho en seguida para recogerlo.
Cuando me incorporo Marta me mira, resopla y una sonrisa cómplice se le dibuja, sin avisar, en sus ojos castaños y, por unos segundos, no veo a la Dra. Marta Serna. Sólo veo a Marta. De pronto, esa cercanía, esa transparencia, la sinceridad de lo que me está contando con la mirada, me desarman. Creo que eso es lo que más me gusta de ella: que
no se deja poseer por la bata, ni por los éxitos que acompañan al tono solemne que usa la gente cuando pronuncia su nombre. Lo que más me gusta de Marta, es que es Marta.
–Esto es un caos– reconoce- La situación que estamos viviendo es un auténtico caos. Hemos tenido que cambiar, incluso, la forma de organizar las agendas para cumplir con las medidas de higiene que ahora se nos exige y los tiempos que éstas requieren… Y no sólo hablo de las citas de las clínicas, sino de las cirugías. Yo necesito poder cuadrar a todo el personal de quirófano y con el tema de los Ertes… Ayer estuve intentado organizar cosas hasta las 3 de la mañana…
–Marta – la interrumpo – ¿Recuerdas que me dijiste que ibas a a respetar tu tiempo de descanso y que..?
– Sí – me interrumpe ella a mí en esta ocasión – Pero ahora es imposible, está todo patas arriba…– Gira sobre sí misma y mira hacia la camilla que hay frente a mí, en donde su auxiliar, ya está desinfectando y preparando todo y, de pronto, su mirada se ilumina – A mí lo que me gusta es esto. Este momento. Pinchar. Me encanta. Me olvido de todo. Cuando se cierra la puerta de mi despacho… Es que todo lo demás se queda fuera, no pienso en nada. La verdad es que, lo que hago, me hace inmensamente feliz– Una punzada que, en un principio identifico como nerviosa, golpea mi estómago cuando Marta desaparece bajo la mascarilla, el EPI y todo el aparatoso equipo de protección anti COVID-19 que llevan ahora los médicos, cuando recuerdo que soy su próxima paciente. La observo moverse por su territorio y me divierte descubrir que es casi como si estuviera contemplando una perfecta coreografía ensayada durante años. Se mueve con tanta fluidez, tanta naturalidad… Como si todo esto, para ella, fuera tan sencillo como respirar.
Al instante, esos nervios, se convierten en emoción. “Wow, me va a pinchar Marta. Bueno Marta no. La Dra. Marta Serna” Y sonrío para mis adentros cuando lo pienso en el mismo tono espeso y notorio que utiliza toda esa gente, a
la que llevo tanto tiempo escuchando hablar tan bien de su trabajo, cuando pronuncia su nombre.